Hoy tengo una cita con La Vida a mil cien kilómetros del lugar donde me vio nacer.
Por diversas circunstancias nos encontramos acá, La Vida y yo, tomando el té de la tarde como dos grandes amigas.
Claro que no siempre nos llevamos bien, estuvimos peleadas mucho tiempo. Y cuando empezamos a hacer las paces, nos subimos a un colectivo y viajamos más de mil kilómetros al este, a buscar el sol, a empezar de nuevo.
Y acá estamos...seguimos sacando cosas de la valija que trajimos, cada día pesa menos y es más liviano el andar.
Pero la distancia recorrida es más que una cuestión de tiempo y geografía.
El desarraigo, estar apartada de mis lugares comunes, de mis afectos de siempre, me ayudó a ser una persona distinta, me facilitó las herramientas para no seguir cargando con el pasado. Hubiese sido mucho más difícil dejarlo atrás mientras se confundía con el presente que me traía cada día. Estar lejos significó realmente eso... alejarme, de los afectos, del lugar y sobretodo, fue levantar el ancla que me aferraba al pasado, a las viejas y viciadas costumbres que me ataban a ideas opacas, encadenadas a temores.
Todo esto tuvo su precio, las herramientas que me facilitó el desarraigo para no seguir arrastrando el pasado no fueron gratuitas, me costó lágrimas, momentos de mucha soledad, situaciones donde me sentía incómoda con mis propias decisiones; otras tantas veces me sentía ajena a todo lo que me rodeaba, quería tener cerca una voz familiar, una cara amiga, un lugar conocido y nada de eso estaba a mi alcance.
Así que la distancia resultó ser una gran negociante, me ofrecía la posibilidad de liberarme, con cierta facilidad, del pasado; a cambio de conocer el sabor agridulce de la nostalgia: mezcla de tristeza y ternura que vive en los recuerdos de las cosas simples, comunes y cotidianas que antes pasaban inadvertidas y ahora son grandes ausencias.
Acá me quedé sin pasado, no tengo anécdotas ni lugares conocidos ni círculo de afectos, de personas queridas de toda la vida. Tengo recuerdos de una vida que transcurrió en otro lado, en otro tiempo.
Ya no soy de aquí ni soy de allá, la distancia me puso adentro mío y me ubicó en el presente, en el aquí y ahora. Acá no existe mi pasado y mi futuro está por escribirse. El único lugar en el que puedo reencontrarme lo llevo conmigo a donde vaya, sólo existe en mí.
Cuando volví a Mendoza me di cuenta de que ya no existo más allí.
La persona que era cuando me fui, tampoco existe más.
Volver a Mendoza es como un sueño surrealista, en el que morí, volví de la muerte y me encontré con que todo transcurre como si nunca hubiera existido en ese lugar, soy sólo un fantasma, una aparición hecha de vapor. Y en el sueño me despierto y me doy cuenta de que no era un sueño.
Parece trágico, pero no lo es, es simplemente un movimiento en el espacio. Para los demás es un movimiento en el espacio físico, para mí en el espacio interno ( predecible, no?).
En aquel lugar dejé mi pasado, cuando vine acá a buscar el futuro.
Hoy no busco, hoy encuentro. No importa dónde.